Una rectificación sobre la aconfesionalidad del Estado

viernes, 17 de octubre de 2008


El 7 de junio de este año, Adrián Serrano escribió en su blog una entrada en la que se criticaba al alcalde de Morón de la Frontera por haber convertido a la Virgen María Auxiliadora en "alcaldesa honoraria" del pueblo. En los comentarios se inició una discusión con tintes jurídicos y políticos sobre la constitucionalidad de tal medida. Yo sostuve que la medida era inconstitucional asegurando que la designación de una virgen como representación de un municipio suponía la promoción pública de una determinada confesión religiosa, lo cual implicaba violar de facto la aconfesionalidad del Estado que impone el artículo 16.3 CE (por obligar al ciudadano a acatar y respetar ese símbolo).

Pues bien, mi argumento era erróneo porque malinterpreté el verdadero significado del artículo 16.3 de la Constitución. En ese precepto, la Carta Magna establece el principio de aconfesionalidad o laicidad positiva de los poderes públicos, es decir, instituye un principio de neutralidad del Estado en materia religiosa. A la vez, el mismo artículo impone al Estado la obligación de tener en cuenta las creencias religiosas de los ciudadanos españoles, para así mantener las correspondientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones, con el objetivo de facilitar el ejercicio de la libertad religiosa en base al principio de Estado social. O lo que es lo mismo: como vivimos en un Estado social, los poderes públicos pueden adoptar medidas que faciliten positivamente el ejercicio de la libertad religiosa de los ciudadanos. Como ejemplo claro tenemos la existencia de un Cuerpo Eclesiástico en las Fuerzas Armadas.

Así entendido el artículo 16.3, el Tribunal Constitucional ha definido nuestra laicidad positiva como la prohibición de que "los valores o intereses religiosos se erijan en parámetros para medir la legitimidad o justicia de las normas y actos de los poderes públicos", vedando "cualquier tipo de confusión entre funciones religiosas o estatales" y otorgándole al ciudadano una "inmunidad plena" frente a la actuación del Estado (Sentencias del TC 24/1982, Fundamento Jurídico 1º, y 177/1996, Fundamento Jurídico 9º). Dicho de una forma más clara: el Estado no puede imponer obligaciones a los ciudadanos basándose en criterios religiosos.

En este sentido, la designación de la Virgen María Auxiliadora no supone la imposición de ninguna clase de obligación a los ciudadanos (por mucho que yo creyera pensar que sí), así que la decisión del gobierno municipal tiene únicamente un alcance simbólico, equivalente al que tiene la bandera autonómica del Principado de Asturias (que tiene una cruz cristiana en el centro).

Por supuesto, que yo no tuviese razón no implica automáticamente que mi interlocutor en aquella discusión sí la tuviera: el hecho de que una medida sea respaldada por una mayoría de los ciudadanos no justifica una lesión de un derecho fundamental. Si la medida adoptada por el Ayuntamiento, en vez de nombrar a la Virgen alcaldesa honoraria, hubiese sido la de obligar a los miembros de la Policía Local a acudir a una procesión religiosa, la medida sí habría sido contraria a la Constitución.


Llegan los NeoProgs

martes, 14 de octubre de 2008


Y yo soy uno de ellos.

¿Qué son los neoprogresistas? Son aquellos izquierdistas que rechazan el mensaje anticapitalista y reconocen la economía de mercado como el mejor sistema para lograr el progreso y el bienestar social. Son aquellos que aun afirmando las bondades del libre mercado, son capaces de reconocer en él sus fallos y articular una intervención pública adecuada. Los neoprogs son, por tanto, la izquierda racionalista liberal.

Y ahora tenemos web. Os animo a visitarla y echar un vistazo a los magníficos blogs que tengo por compañeros. Tampoco perdáis detalle de secciones como Los dos minutos de Odio o Mundo exterior. Nos guardamos una sección para el futuro, que pretendemos no deje indiferente a nadie. Todo el trabajo de creación de la web es mérito de Judas, autor de El Destino del Iscariote. Me quito el sombrero.

NeoProgs.com es más que un agregador; es un proyecto ambicioso que quiere influir en el pensamiento tradicional de la izquierda, para hacer que ésta sirva a sus objetivos originales: convertir a ésta en una sociedad mejor. Empezamos.

La guerra de las palabras: Capitalismo

martes, 7 de octubre de 2008


La palabra es sin duda la principal arma que tienen las personas en una sociedad democrática libre. La libertad de expresión nos permite trasladar a los demás nuestra visión del mundo, nuestras ideas, nuestros sentimientos y, a la vez, generar en otros sensaciones o pensamientos que les empujen a cambiar de postura en un campo concreto o en toda su visión del mundo. Son las palabras las grandes armas de la democracia. Y es por eso que en torno a ellas existe, desde siempre, una guerra terminológica. No me refiero aquí a las largas discusiones doctrinales sobre vocabulario técnico que caracterizan al estudio del Derecho, de la Filosofía u otras ramas de las Ciencias Sociales, no. Me refiero a la guerra política, a la batalla de las ideas, que empuja a los que en ella combaten a cambiar el significado de los vocablos, a fin de valerse de la carga positiva que puede contener un determinado término, excluyendo otros que pudiesen tener un trasfondo impopular.

Comprender la existencia de esta práctica es imprescindible para evaluar racionalmente las distintas propuestas políticas que nos puedan hacer. Existe siempre el peligro de quedarse con lo superficial, con el mensaje concreto que nos lancen, sin valorar qué ideas se esconden realmente tras unas palabras bonitas y convincentes.

Si hay tres palabras que han sido objeto de especial manipulación política, estas son "capitalismo", "fascismo" y "vida".

1. Capitalismo

El mal entendimiento de lo que es un régimen capitalista ha provocado que, en la inmensa mayoría de los casos, este término sea empleado con una indudable carga negativa. Probablemente, este rechazo popular se debe a la influencia del movimiento obrero y la petrificación en la cociencia social de sinonimias como la que identifica a los "capitalistas" con los empresarios, olvidando el importantísimo papel de los trabajadores en un sistema de libre mercado.

Recientemente, Naomi Klein, una de esas escritoras mediáticas que ganan dinero escribiendo libros contra el sistema, publicó su libro The Shock Doctrine, The Rise of Disaster Capitalism, en el que la autora defiende sin ningún tipo de complejo la relación que existe entre el capitalismo y las crisis socio-económicas. La tesis de Klein afirma que el libre mercado es un sistema cruel, que aprovecha las catástrofes o "shocks" para ir concentrando el poder poco a poco en manos de unos pocos. La autora añade que estas crisis pueden ser reales o prefabricadas, de tal forma que los propios poderosos pueden diseñar con tiralíneas un "shock" que lleve al pueblo a convertirse en borreguitos dispuestos a dejarse guiar por los líderes. La autora nos asegura que esas crisis serían utilizadas para empujar a los ciudadanos a aceptar políticas "liberales" (ella las llama así) que favorecen a unos cuantos empresarios y que en otras circunstancias la gente no aceptaría. Para ello, la autora realiza un ejercicio de cherry-picking, seleccionando algunos acontecimientos que favorecen su visión, excluyendo los que no le interesan, y falseando algunos sucesos (afirma que la crisis política rusa de 1993 no fue más que un conflicto entre neoliberales y demócratas; también asegura que Milton Friedman apoyó la guerra de Iraq, algo objetivamente falso).

Toda la tesis anterior, además de pecar de una temeraria simplicidad, se fundamenta en un terrible error de base: Naomi Klein no sabe que si se produce una injerencia del Estado para favorecer a un sector del empresariado, no estamos ya ante un capitalismo de libre mercado, sino ante un sistema de corte corporativista. Klein ha criticado recientemente el plan de rescate ideado por la Administración americana, afirmando que Bush ha creado un "capitalismo sin riesgos" para proteger a los empresarios. En una entrevista en el programa humorístico de Stephen Colbert, el cómico insinuó irónicamente que era contradictorio criticar al capitalismo y luego sacar al mercado libros con un marcado interés comercial. Klein respondió que ella "competía en el libre mercado", mientras que Bush ha eliminado los riesgos.

Sospecho que o bien Klein no sabe de qué habla cuando dice "capitalismo", o bien está utilizando el término con un mero interés económico, aprovechando el rechazo que provoca en la gente el término, para criticarlo sin piedad. Todo lo que favorece a los ricos y poderosos y perjudica a la gente humilde es "capitalismo".

+info de este tema:
The Klein Doctrine, The Rise of Disaster Polemics, Johan Norberg
Free-marketeering, Stephen Holmes
Shock Jock, Tyler Cowen

De la hiperrealidad y la libertad de prensa

viernes, 3 de octubre de 2008


Hace unos días, me llegó de Geógrafo Subjetivo un meme que tiene como origen la Semana del Libro Prohibido (que pretende ser una denuncia de las aún existentes listas de libros proscritos). El meme consiste en pedirle al autor del blog que seleccione un libro que prohibiría y otro que salvaría. Debe comprenderse, por tanto, que el hecho de seleccionar un libro que debería estar prohibido tiene un indudable cariz satírico, y nunca una voluntad real de que el libro sea tirado a una hoguera. Así pues, al seleccionar el libro "prohibido", debemos escoger aquel que rechacemos profundamente, y al elegir un libro para ser salvado, uno que consideremos indispensable.

Comenzando por el libro rechazable, creo que el mejor candidato para ostentar ese título es, sin duda alguna, La Precesión de los Simulacros, un pequeño ensayo del postmodernista Jean Baudrillard que en nuestro país se publicó en 1978 por la Editorial Kairós dentro de un libro titulado Cultura y Simulacro (que contiene otros ensayos del mismo autor). Baudrillard nos habla en este libro de la hiperrealidad. ¿Qué es la hiperrealidad? El autor la define como el simulacro de algo que nunca ha existido. En tiempos pasados, pretendíamos crear símbolos que representasen aspectos de la realidad. Así, teníamos mapas, estatuas, conceptos...

Sin embargo, el autor argumenta que llegado un determinado punto, esos símbolos pasaron primero a representar la realidad de una forma inadecuada, luego a enmascarar la realidad, y por último a sustituir a la propia realidad. Al llegar a este último punto, los símbolos se entremezclan con lo "verdadero", alterando la forma en que nuestro cerebro percibe lo que le rodea. Los signos se parecen tanto a lo real, que no hay forma objetiva de distinguirlo, y nuestros sentidos ya no son suficientemente fiables. Por ello, Baudrillard rechaza el conocimiento científico:

Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. [...] "Aquel que finge una enfermedad puede sencillamente meterse en la cama y hacer creer que está enfermo. Aquel que simula una enfermedad aparenta tener algunos síntomas de ella" (Littré) [...] El que simula, ¿está o no está enfermo contando con que ostenta "verdaderos" síntomas? Objetivamente, no se le puede tratar ni como enfermo ni como no-enfermo. La psicología y la medicina se detienen ahí, frente a una verdad de la enfermedad inencontrable en lo sucesivo.

[...]

[Hablando de los Tasaday y de la decisión inicial de los etnólogos de dar un margen de autonomía a la tribu para no interferir en sus relaciones sociales:] la evolución lógica de la ciencia consiste en alejarse cada vez más de su objeto hasta llegar a prescindir de él: tal autonomía es una fantasía más y afecta en realidad a su forma pura.


Pasa entonces el autor a relatarnos algunos ejemplos que supuestamente apoyan su visión: el caso de los Tasaday, Disneylandia, el Watergate, los atentados simulados en Italia durante la guerra fría, la telerrealidad, la coexistencia pacífica, la guerra de Vietnam... Todos estos episodios no son más que simulaciones. El Watergate, por ejemplo, fue una trampa del sistema contra sus enemigos, puesto que con él, el sistema político americano pudo iniciar un período de regeneración (también simulada, por supuesto) que alivió las crecientes críticas. De esta manera, la izquierda habría hecho el trabajo de la derecha: pidió la dimisión de Nixon, y éste lo hizo, consiguiendo así la sensación de que "El Sistema Funciona", que tanto le conviene.

Por ello, afirma Baudrillard que el sistema neutraliza e inutiliza a sus propias fuerzas y con ello excluye la posibilidad de que éstas exploten, pero hace que éstas se conviertan en un "elemento implosivo".

Sobra señalar el irracionalismo que impregna toda la obra, toda la conspiranoia que contiene, y que ha servido como base intelectual de todas aquellas visiones que afirman que "todo lo que vemos no es real, nuestro mundo está dominado por poderes ocultos que dirigen la historia y que nos esconden la verdad, haciendo de la democracia y la política institucional un mero artificio para anular nuestra voluntad" (el cine ha explotado esta idea: ejemplo 1, ejemplo 2).

Pienso que las mentiras más peligrosas son las "medias verdades", porque son más susceptibles de ser creídas. La obra de Baudrillard logra ser atractiva para el público porque refleja algunos aspectos de la realidad, pero exagerándolos de tal modo que genera en el lector la impresión de que todo lo que vemos es simulación. Esto lleva irremisiblemente a comportamientos irracionales que rechazan la cognoscibilidad de lo existente, ridiculizando por tanto también la ciencia o la política progresista parlamentaria (si nada es real, ¿para qué vamos a luchar para paliar las injusticias?).

En cuanto al libro que desearía salvar, me limitaré a señalar un pequeño texto de George Orwell titulado "La libertad de prensa", que sirvió como prólogo a su obra Rebelión en la granja. Salvaría el libro entero, pero quiero quedarme exclusivamente con el prólogo para señalar la importancia de sus palabras, en las que aduce que una de las más peligrosas desnaturalizaciones de la libertad de prensa es, no ya la censura gubernamental, sino la autocensura intelectual, que aparece cuando los periodistas se dejan llevar por los sentimientos de la sociedad y se abstienen de publicar opiniones que cuestionen la idoneidad de los mismos.